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- Cristina Torreño
- 20 abr 2023
- 1 Min. de lectura
A veces cuando mis pies aprietan el suelo, aparece un pájaro que atraviesa mi mente. Recuerdo a aquel timbre de casa de cuando era niña que, si alguien pulsaba, hacía sonar a un pájaro cantando. Era la señal de que alguien quería entrar en casa, o para que alguien de nosotros saliese. Mi abuelo nunca tocaba aquel timbre porque tenía las llaves de casa. Los otros niños me apodaron "la pajarito" rápidamente, por el piquito de mis labios y por el trino de la llamada a mi casa. Es una historia diferente, pero que durante muchos años se encontró junto al olvido; como si nunca la hubiese vivido a pesar de su peso en oro de emociones. Ahora entiendo el porqué los pájaros me dirigen a casa. Estos habitantes del cielo tienen todos los sentidos abiertos al mismo tiempo; es como si un niño pudiese recordar su primer día en el mundo. Me resulta increíble que conozcan cada milímetro que pisan y sobrevuelan; ya que antes de adentrarse en el mundo vertical por primera vez, tuvieron que fundir sus alas con el exterior del nido. Quizás así funcione el amor sin barreras, cuando los miedos de saltar sean más débiles que ese hogar que incluya a otro corazón dentro del tuyo



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