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  • Cristina Torreño
  • 28 mar 2023
  • 1 Min. de lectura

Mi niña pequeña, la soñadora, se hubiese saltado cada excusa por ti; de hecho, es lo que hacía. Brincaba los días y estaba dispuesta a darte su mundo aunque no se lo pidieses. Mantuvo su ilusión durante años, era firme y convencida; pero un día le enseñaste la perspectiva de tu espalda mientras te nombraba y casi se muere de tristeza. No sólo pasó ese día, sino otros tantos. Mi niña no entendía nada y se iba a dormir llorando. Lo que más le dolía es que permitías que los demás hiciesen corro para ver cómo desaparecía. Ahora sé, tras un tiempo, que está magullada y se encuentra en un rincón de mi corazón. Sabe que si saliese otra vez, le harías lo mismo y por más que la llamases tan solo escucharía el eco de tu risa pisando sus recuerdos alegres y los más tristes. Ha pasado el tiempo, pero no el suficiente. Es muy lógico que la proteja y la invite a permanecer en casa, pero no la del juego sino la de verdad. Le repetirías lo mismo si volviese a confiar en ti, y la necesito para lo que me reste de vida.

 
 
 

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