
El mapa del laberinto
- Cristina Torreño
- 29 ene 2021
- 2 Min. de lectura
Para los que hemos pasado más de tres horas seguidas cerca de un laberinto, sabemos que estos están hechos de todo lo que uno quiera encontrar en ellos. Pero sobretodo, de una entrada y una salida. Durante algún tiempo contaba las historias en un palacio que tenía al lado un laberinto. Se las contaba a gente que siempre veía por vez primera y última. En definitiva, entretenía a mi vergüenza y a la vez a la gente que pasaba por allí. Me conocía las historias más inútiles del lugar, pero las que más les gustaba escuchar al que iba. No me gustaban que me llamasen guía porque más que guiar lo que hacía era que desconectasen de cualquier mapa. Para mí la palabra guía, es algo más grande: puede ser un médico o un ser querido. A veces me ocurrían momentos rocambolescos porque me encantaba mandar a los visitantes a que encontraran los elementos ocultos, lo menos obvio. Por ejemplo unas caritas de muñecas escondidas en la pared. Me llegaron a decir que para qué buscarlas, si tenían delante a una. Como ese disparates varios. El momento más divertido para mí era cuando los dejaba en el laberinto porque cada persona reaccionaba de una manera única. Había quién se ponía a contar chistes y dejaba que otro encontrase la salida por él, el que se obsesionaba con encontrar el final, el que no quería salir porque estaba enamorado de la compañía, el que se metía entre las paredes de setos y dejaban que los demás lo buscasen y un largo etcétera. Al final, y siempre al final les contaba que a unos pocos metros había un mapa en miniatura del laberinto. Más de uno asombrado hasta me agradecía que no se lo hubiese contado porque aún conociendo la salida un mapa no indica cuál es el mejor camino a tomar con vistas a la salida. ¿Y si el laberinto fue la mejor excusa que tuvieron para conocer que el mejor mapa lo llevaban dentro?



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