Los árboles, nuestras heridas
- Cristina Torreño
- 8 may 2022
- 2 Min. de lectura

Hace unos meses iba caminando por un lugar lleno de árboles que rondaban los 100 años. Quise tocar uno y así dejar a un lado el estrés que me invadía las entrañas. Junté mis palmas con el tronco de uno que elegí al azar. En seguida pude darme cuenta de que lo que sí había conseguido era llenar mis manos con su resina. Las separé y continué caminando ensimismada. Pensaba en el malhumor que llevaba encima y que ahora además tenía las manos totalmente pringadas de un líquido que había soltado el árbol porque seguramente él tampoco lo querría, al igual que me pasaba a mí con mi estado de ánimo. Mi tía, que iba conmigo, advirtió lo incómoda que me sentía tanto por dentro como por fuera. Al contarle lo sucedido con mis manos y él árbol, me habló sobre las heridas y los árboles; porque ellos también las tienen. Ella me dijo que cuando un insecto o un agente externo les producía picaduras o imperfecciones, los árboles son tan sabios que segregan un líquido viscoso para protegerse. Así es como cuidan sus heridas. Es su sangre misma la que soluciona lo que les pasa con el mundo externo; lo curioso de esta misma es que suele tener un aroma que es utilizado en perfumes y a veces un sabor tan delicioso que es usado como aditivo en la alta cocina. Con todo esto, me entró envidia y quise ser árbol. Aunque solo fuese por aquellos momentos, quise tener raíces, tronco y copa; y hacer de mis heridas un perfume que tuviese al menos una estrella Michelin. Ansié todo eso y olvidé que aquel árbol había entendido mi daño . Olvidé que él también había recubierto con su resina de ámbar a mis heridas para que siempre recordase que, aunque no puedo curarme como él, si tengo la suerte de seguir caminando para seguir conociendo a nuevos árboles y prigarme otras heridas de nuevos olores



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